jueves, 10 de noviembre de 2011

Rosilyn, la hija del carnaval: ¿Recital desafinado o monólogo sin dramaturgia?

Por: Antonio Enrique González Rojas

  La nocturnidad bohemia, el glamour cabaretero y sus desenfrenadas estrellas de finales del siglo XIX y primera mitad del XX, han sido validados como discursos artísticos de gran lustre estético-conceptual, espacios genésicos de cumbres creativas, gracias a la obra plástica, cinematográfica, literaria, escénica cubana y mundial, empezando por la propia cartelística de Henri de Toulouse-Lautrec; cintas como El Ángel Azul (Josef von Sternberg, 1930), los dos Moulin Rouge (John Huston, 1952 y Baz Luhrmann, 1999), Cabaret (Bob Fosse, 1972) y Chicago (Rob Marshall, 2002), basadas estas dos últimas en sendas obras de Broadway; la literatura del cubano Guillermo Cabrera Infante (Tres tristes tigres, Ella cantaba boleros y La Habana para un Infante difunto), y el teatro cubano reciente, con obras como Delirio habanero (Alberto Pedro) y La Gran Tirana (Carlos Padrón), que rememoran, libres ya de exacerbados prejuicios, el pasado largo tiempo anatemizado.

  Sobre esta misma cuerda pretendió retornar la pieza Rosilyn, la hija del carnaval, del elenco francés Ruby-Théâtre,  que inauguró noviembre para el Teatro Tomás Terry, como nueva subsede del Festival Internacional de Teatro de La Habana, en su edición 14. Escrita (si es que zurcir burdamente textos de autores conocidos como Antonin Artaud y Guillermo Cabrera Infante puede ser catalogado como acto dramatúrgico), y protagonizada por Mirabelle Wassef, la pieza desconcierta desde los primeros momentos al espectador, desatando sobre el escenario un amasijo gordiano de temas distintivos de Edith Piaf, La Lupe y la oscuramente legendaria Fredi, figuras que descollan en el panorama artístico por sus muchas veces escandalosas singularidades conductuales, físicas y sobre todo vocales.

  Contra estas condiciones arremete ni corta ni perezosa la Wassef, haciendo gala de una voz apenas entonada, irrespetuosamente inferior a los precedentes citados, complementada por una poco agraciada interpretación instrumental en vivo de los músicos acompañantes, quienes, para más degradación de los temas interpretados, se empeñaron en remitir la memoria a los musicastros medievales que complementaban con laudes onerosos, las actuaciones de saltimbanquis trashumantes.

  Las melodías, alternadas con debilísimas declamaciones (carentes de la organicidad suficiente para clasificarlos de interpretaciones) de textos literarios en casi caótica inconexión, refrendó la ausencia de todo sentido común dramatúrgico, o al menos de construcción de sentido. Rosilyn… es además un despliegue inusual de torpezas gestuales, mala coordinación de movimientos escénicos, total monotonía de acción y texto. Quizás en un afán por diluir demarcaciones entre teatro y espectáculo, validar al teatro como espectáculo, hacer teatro-espectacular, o sólo Dios sabe qué rayos, la autora-directora-protagonista, se desboca hacia abismos de ridícula impericia con cada minuto que pasa sobre el escenario, con cada nota de su limitado registro vocal, con cada irrespeto a las grandes intérpretes que referencia, incluso olvidó en la primera presentación del viernes 4 de noviembre el texto, en momento de cierta intensidad dramática, y tuvo que leer los subtítulos pasados en una esquina del proscenio.

  Quizás la Wassef quiso someter al teatro musical, al cabaret, a la bohemia, a un ingente ridículo de feria. En este caso, el tiro tampoco dejó de salir por la culata, pues para nada se advierte, que conozca los básicos rudimentos del clown o la sátira, los cuales evitan que el propio intérprete se ridiculice, sino el tema o la situación. Rosilyn… es definitivamente todo un marasmo sin sentido, donde terminan diluyéndose intenciones, pretensiones, ideas y conceptos que pudieron subyacer en la concepción original de la obra.  

  La lógica pregunta de quién aún espera asumir esta puesta desde la razón: ¿qué quiso realmente hacer la francesita, un concierto (lo pudo proponer y el teatro lo hubiera aceptado, con todo el rigor técnico de este tipo de presentación), o un anti-monólogo?; empalma con otra, fruto de suspicacias quizás provincianas: ¿por qué nos mandaron esto de La Habana?.  

  Rosilyn… resulta importante aporte al Hall of Shame del Teatro Tomás Terry, donde “destellan” bodrios pasados, como las actuaciones de los humoristas El Yeti, la Perla Negra, la diaspórica intérprete Cucu Diamantes, y las agrupaciones Gen Rosso y SKPAO, gatos por liebre que crisparon los nervios de quienes respetamos a la insigne instalación de las artes en Cienfuegos, y a la inteligencia de los públicos asistentes.           


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